El fuego no arde,
el fuego no prende,
el fuego no se mueve.
El fuego baila y danza,
suave y firme.
En su tabla se desliza,
con elegancia te hechiza y sorprende.
Te asombra ese resplandor color del sol
que posee la llama incandescente del farol
que se prendió con ese color del ave oriol,
semejante al resplandor del crepúsculo.
Esa llama que se prende en la vela
es ámbar, pero, si se deja bailar,
azul, color del mar, puede acabar,
y, si empieza a cantar, verde será su brillar.
No hay que olvidar su sonar,
que puede cambiar,
pero la llama siempre tocará
la percusión para soñar
ese sonido que te hace pensar:
se llama crepitar.
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