Lucía Valenzuela Bonola
La Maravilla caminaba con un porte
de seguridad, elegancia y poder.
Un poder que la inunda y la cubre,
que cubre su alma y su mirada.
La bella es tan delicada que, sin nada,
cayó mi espada y generó que me mirara;
volteé la mirada para no ser observada,
traté de no verle la cara y así no me analizara.
Caminando por el pasillo, algo apresurada
cuando con metálico sonido: la habitación estruenda.
Fue su espada, una Katana, la creadora del sonido
que retumbó como una campana en nota do.
El verla es un añoro y el estar junto a ella un tesoro;
uno que se vuelve martirio si la vida nos une,
sólo en la mente es correcto mirarla a los ojos
porque aquí el hacerlo es como un negro tizne.
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