Desgarrador

Jimena Ayelén Ramírez Ramos

Todas las noches era el mismo sueño intranquilo.

La habitación, cada que salía el astro blanco se tornaba más y más brillante, siendo iluminada únicamente por un fuego salvaje que emanaba de las paredes de mi mente y provocaba un frío que helaba hasta los huesos. Si el infierno pudiera congelarse, estaba segura de que era el mismo lugar.

Ninguna de las mil puertas que ahí se encontraban daban a un sitio mejor. Todas estaban llenas de un terror tan real que podía sentir en cada fibra de mi cuerpo un escalofrío que se iba creando y creciendo. Me acerqué lentamente a una puerta y giré la manija. Estaba tan fría que me quemaba la mano. Al abrir, me encontré con múltiples ojos, todos viscosos y girando para dirigir su mirada acusadora hacia mí. Los orbes de gelatina y vidrio lucían desconcertantes al igual que familiares: cada uno tenía una historia y se reflejaba en ellos, ya que, a pesar de la eterna reprimenda, algunos mostraban miedo, enojo, incluso esperanza, uno de los sentimientos más peligrosos. Esperanza de poder salir de ese lugar, y es que eso era lo único que teníamos en común, sin embargo, fui la única con suerte de escapar. Antes de que comenzara un llanto interminable y ensordecedor, ya la puerta se había cerrado.

La siguiente puerta no fue mejor. De un color rojo intenso y estructura de madera, esta era la más atractiva, pero seguía habiendo algo raro y pesado sobre ella, algo que me dejaba sin aliento mientras más me acercaba. Ni siquiera ver elefantes volando podría prepararme para lo que había tras la puerta. El refrigerador convertido en casa al que entré estaba casi en ruinas. El piso lleno de polvo desprendía un olor deplorable que hacía arder mis ojos y nariz. Todo parecía normal, pero mientras más me adentraba en ella, la casa iba adquiriendo una forma conocida. Un gran sillón café, una mesa con seis sillas y una pequeña chimenea decoraron alguna vez la casa en la que crecí, aunque seguía habiendo algo muy extraño e incómodo. Mi gran meta fue abandonar ese oscuro lugar y perseguir todo lo bueno de mi vida. En mi sueño, lucía a punto de ser abandonada. Los cuartos, todos apagados, despedían una sensación aprisionadora. Los pasillos eran cortos y, aun así, sentí horas de caminata por el principal. Al llegar al final de mi camino, una puerta se abrió sola. Entré y tomé una bocanada de aire. Las lágrimas ya se habían formado en mis ojos, pues, lo que veía era uno de mis mayores miedos: me encontraba tirado en el piso, botella a medio beber, espejo roto en mano y estaba temblando. Al principio, no entendía qué pasaba, pero luego, el olor volvió y todo cobró sentido: olía a fracaso.

Salí despavorida de ese cuarto y, para mi sorpresa, volví a la habitación de las mil puertas. No quería abrir otra, pero como no despertaba, tenía que encontrar una salida. Otra puerta llamó mi atención, completamente negra, con manchas marrones y la manija se encontraba en la punta, ya que era triangular. Se abrió hacia abajo y una avalancha de cucarachas me cubrió por completo. Había otros bichos, pero esos demonios cafés tenían toda mi atención y mi miedo. Se metían por todas partes: en mi boca, en mi nariz, en mis ojos…

Traté de cerrarla, pero todo fue en vano. Sentí cómo me asfixiaba poco a poco y el terror volvió a mí. Traté de despertar, traté traté traté traté… Sin lograr nada. Pronto, el fuego de las paredes empezó a atacar a las alimañas que terminaron en un bloque de hielo como la casa anterior. Era urgente huir, detrás de cada puerta había un horror todavía peor. El lugar y los miedos eran infinitos, al igual que esa noche. Al final, todo empezó a derrumbarse. Parecía que los escombros me aplastarían, pero logré esquivarlos sorpresivamente. El fuego consumía todo a su paso y algunas puertas fueron abriéndose, revelando su contenido. En algunas, mi corazón salía de mi pecho voluntariamente y en otras una persona me lo arrebataba y lo destruía sin piedad. También había algunas donde estaba tomando la mano de alguien a quien amé demasiado y esta la soltaba, dando a conocer su falta de vida.

Rechazo, angustia, tristeza, abandono y miedo, mucho miedo, todo junto en una mezcla totalmente insípida que revelaba toda aquella sinceridad que mi corazón trató con tanto fervor de ocultar. De repente, la destrucción se detuvo y únicamente quedó el marco de una puerta en pie. Solo se veía oscuridad y pensé que era la salida, pero me volví a ver sentada, con mirada melancólica, frente a un gran espejo con focos de diferentes colores. La silla en la que estaba sentada levitaba en medio del cuarto, al igual que el espejo. Uno por uno, comenzaron a explotar todos los focos, algunos débilmente, otros con un estallido grandioso. Me acerqué y ahí estaba yo: piel siendo arrancada de mi rostro, sin máscaras y totalmente expuesta. Me veía tan infeliz y enojada de que las barreras que había tardado tanto en construir se derrumbaran en cuestión de segundos. Me acerqué a mí misma y, en el momento en el que mi palma hizo contacto con mi hombro, desperté.

Sudaba en mi cama y respiraba con dificultad, tratando de que el aire pasara a través de mí y me llenara por completo. Solo podía tener un sentimiento: era totalmente desgarrador.

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